La Capilla de San José, construida en Upata hacia el año
1903, ubicada en el centro de la ciudad y en una relación actual con el mercado
municipal; constituía en la época un
vasto y extenso terreno desocupado, con pocas viviendas del tipo Construcción
colonial miserable, así definida por los eruditos de la arquitectura. Por
supuesto la primera experiencia de crear y establecer un lugar de expendio de
víveres y carnes en Upata data de 1912, ubicada en las esquinas de la calle
Unión y Ayacucho actual Casa de los Muñecos y Títeres Jau Jau; cuya información
aportada por Dr. Efraín Ynaudi Bolívar y además ilustrada en sus publicaciones
personales, nuestro galeno de origen
mezclados de razas Italiana con Pemón al que sus amigos llamaron “El Gran
Pemón” primer Perinatologo de Venezuela y creador de la Cátedra de
Perinatología en el País, Universidad de Carabobo y fallecido a los 81 años de
Edad en la ciudad de Valencia. De manera absoluta se declara “El Padre de la Perinatología
de Venezuela” título conferido por el Ministerio de Sanidad y Asistencia
Social, aquel instrumento del estado venezolano creado en 1936 después de la experiencia
de uno creado en los tiempos de la Revolución Restauradora, llamado El
Ministerio de Agricultura y Salubridad Pública para atender las enfermedades
endémicas de la época como La Malaria, Dengue, Filariosis, Mal de Chagas etc. ¡¡
Tiempos de crisis sanitaria!!
Crescencio Mendoza, era carpintero, nunca se supo sus orígenes;
pero en fin, vivía en la ciudad, fabricaba urnas para el enterramiento de
Excelsos personajes como también los ofrecía a los más humildes habitantes. La
ciudad silenciosa en esa zona permitía que cuando este personaje hacía sonar
los martillos sobre los maderos previamente elaborados y preparados para armar
el cajón, producía un eco sonoro muy fuerte que erizaba los pelos de las pieles
de la gente, al grado de angustia y temor porque representaba la infausta
noticia del fallecimiento de “alguien”. El murmurar vecinal producía una
corriente electromagnética hertziana que recorría las escasas seis o siete calles del pueblo y así solían en principio
transmitir la información de manera muy rápida de persona a persona; porque la
radio en Upata llegó con el Sr. Acolito Peraza para el año de 1943
aproximadamente, que solía visitar la Plaza Bolívar en las tardes frescas para
escuchar con los asiduos visitantes los pormenores de la segunda guerra
mundial.
Ahora bien, Don Crescencio Mendoza entregaba sus productos
de acuerdos a las especificaciones de los clientes para sus deudos. Ciertamente
ya para cualquier época existían los rituales sacramentales tanto indígenas
como por tradiciones cristianas y no de aquellas cuyos credos diferían de la
condición religiosa de los pueblos; es decir, los ateos. Un registro eclesial
de los difuntos establecía el primer asiento desde 1762 en aquellos tiempos y a
partir de 1884 para esta zona del municipio Piar o Departamento Guzmán Blanco
como así se llamaba, se crea el Registro Civil para los fallecidos.
El pueblo entraba en alarma y compungido por la muerte de
un ser apreciado, conocido o querido por los moradores o habitantes del pueblo.
Crescencio era muy apreciado y respetado por su trabajo; pero además, temido por
su martillo que representaba la Espada de Damocles para cualquier humano que
por alguna diferencia o conflicto tuviera con él, correría el riesgo de enterrarlo
desnudo como vino al mundo y no en el cofre de ritual funerario.
Hoy, contando con el recurso de la informática, la
radiodifusión radial y televisiva, redes sociales etc… tenemos y estamos
enfrentando un serio problema de salud pública como este singular y muy
particular enemigo viral llamado Covid-19(coronavirus), que ha acabado y sigue
haciéndolo con las vidas humanas de los Upatenses, desconociéndose además del número
de fallecidos y de afectados, nosotros aún en las calles deambulamos libremente
expuestos al contagio sin importarnos las recomendaciones del caso.
El eco o el sordo ruido aterrador del martillo de
Crescencio Mendoza hoy transformado en el ulular de la ambulancia, los carros o
carrozas fúnebres presentándose en horas nocturnas en las puertas de los
cementerios. El incumplimiento de los rituales de las exequias, el no realizar
actos de velatorios o en el mejor de los casos no poder asistir a ver o visitar
el familiar enfermo o de su enterramiento debe de alguna manera convocar a la
reflexión y cuidarnos más. Seguro estoy que cumpliendo con las medidas de
protección podemos frenar la cadena de contagio y debilitar la capacidad de
replicación del virus.
No quiero que resuenen en los oídos de nuestros los
martillazos de Crescencio Mendoza.
Atife Habib
Upata, 11/08/2020
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