jueves, 16 de agosto de 2018

El dato como fetiche




En la investigación, especialmente en la historia y la antropología, con frecuencia no es factible precisar ciertos datos o no resulta fácil hacerlo en un primer momento. Muchas veces esos datos que, inicialmente, no aparecen o no se logran precisar moldean la metodología y el conocimiento derivado de tales tareas. Ello ha de llamarnos a la reflexión a quienes transitamos por ambas disciplinas.
Con frecuencia debemos recurrir a plantear hipótesis o escenarios probables, en vez de formular aseveraciones tajantes y excluyentes de otras opciones. De otra manera o no sería posible avanzar en la generación de conocimientos sobre determinados asuntos o resultaría en extremo fatigoso o largo arrojar luces que orienten la búsqueda de más datos o permitan adelantar la reconstrucción de determinados procesos.
 Las reconstrucciones tentativas facilitan hacer luego descripciones y análisis más completos y complejos. Para ello la metodología debe ser lo suficientemente versátil para adaptarse a las condiciones objetivas de un momento o fase de una investigación. Con frecuencia aspectos colaterales de un problema pueden ayudarnos a entenderlo mejor y de manera más dinámica, aunque no tengamos suficiente información sobre un determinado fenómeno. Por el contrario, nunca se debe perder el foco y la perspectiva o hay que luchar para no perderlos teniendo claro los objetivos y metas de una investigación. Es decir, evitar que aspectos colaterales distraigan, como una digresión o perífrasis, los puntos y discusiones centrales de un estudio.
La comparación e incluso la imaginación controlada nos pueden ayudar mucho a reconstruir determinados procesos. Mientras más casos similares conozcamos, mayor número de referentes posibles tendremos para ayudarnos a interpretar determinadas realidades. De allí, que la formación del investigador y su continua, sostenida y creciente experiencia sea del todo invalorable.
En mi trabajo como etnohistoriador, tratando de combinar métodos y herramientas metodológicas de la historia y la antropología, he tenido que sortear situaciones de escasa información que logro solventar mediante la comparación para construir modelos explicativos que me ayuden a interpretar los escasos, contradictorios o a veces silenciosos datos. Un ejemplo de ello fue la reconstrucción del perfil societario de los aborígenes de la región centro-norte de Venezuela (Biord, Horacio. 2001. Los aborígenes de la región centro-norte de Venezuela (1550-1600). Una ponderación etnográfica de la obra de José de Oviedo y Baños. Caracas: Universidad Católica Andrés Bello; Biord, Horacio. 2005.Niebla en las sierras. Los aborígenes de la región centro-norte de Venezuela (1550-1625). Caracas: Academia Nacional de la Historia, Biblioteca de la Academia Nacional de la Historia, Serie Fuentes para la Historia Colonial de Venezuela, 258). Sin la etnología comparada de las sociedades hablantes de lenguas agrupadas en la familia lingüística caribe y sin dosis controladas, por supuesto, de imaginación, me hubiera sido difícil avanzar. Aún más, es necesario reconocer que siempre he asumido ciertas conclusiones como propuestas preliminares sujetas a cambios y rectificaciones en el futuro, una vez ampliadas las bases de datos o los marcos de interpretación.

El olfato del investigador nos debe guiar ante situaciones como las descritas. Se trata de caminar sobre cuerdas flojas o encima de ciénagas y terrenos poco firmes. Ello casi siempre ocurre cuando estudiamos fenómenos condenados a una gran invisibilidad social o acciones de sujetos subalternos. Las fuentes son escasas o guardan silencios, cuya interpretación constituye no solo un reto sino una necesidad epistemológica y metodológica. Hacerlas hablar incluso mediante su hierático mutismo es la tarea, al menos, de la etnohistoria.