domingo, 2 de agosto de 2020

CELEBRANDO A GALLEGOS / Horacio Biord Castillo:



En los capítulos iniciales de Cantaclaro (1934), la segunda novela de Rómulo Gallegos sobre el Llano, se habla de una especie de movimiento milenarista, de un éxodo provocado por una terrible sequía. Es un momento de angustia y desasosiego para las poblaciones que bajan del piedemonte y de zonas altas hacia las planicies del bajo Llano buscando agua, vida, esperanza. De pronto comienza a llover y regresan la ilusión y la confianza, la marcha se detiene y las prédicas del cabecilla se debilitan. Probablemente durante su viaje a San Fernando de Apure en la Semana Santa de 1927, de donde le vendrían al autor la experiencia y los materiales para escribir Doña Bárbara (1929), Gallegos oiría hablar de una gran sequía que afectó a gran parte del país entre 1925 y 1926. Hoy sabemos que se trató del fenómeno conocido como meganiño y que constituyó una de las sequías más fuertes de la primera mitad del siglo XX. En la Venezuela agraria y campesina, que hoy miramos con nostalgia ante lo que pudiera constituir el inicio de un declive paulatino pero creciente y quizá inevitable de la economía petrolera, el agua y las lluvias eran un elemento determinante para el éxito de las cosechas y la cría de animales. Se trataba, por supuesto, de un problema agudo, pero de naturaleza distinta al que en la actualidad vivimos muchos venezolanos al tener un acceso limitado al servicio de agua potable. Ese ambiente de desesperanza por la larga e incomprensible sequía que Gallegos registró en la ficción de su novela ocurría en una Venezuela que, además, poco antes había vivido los efectos de la gripe española (1918) y de una terrible plaga de langostas (1912-1914). Por si fuera poco, tales trastornos coincidieron con un gobierno autoritario. Muchos de esos referentes históricos, incorporados o no a la ficción literaria, se asemejan a los de la hora actual, signada por la agónica presencia del nuevo coronavirus (covid 19) que ha puesto en vilo la vida cotidiana y la economía de la mayor parte del planeta en un momento muy complejo para la vida del Venezuela. Rómulo Gallegos nació en Caracas el 2 de agosto de 1884 y falleció en la misma ciudad a los 84 años, el 5 de abril de 1969. Le tocó conocer y vivir, aunque también sufrir, otra Venezuela, por la que sintió gran pasión. Como él mismo reconoció, sus obras literarias trataban de describir los problemas del país y de sugerir, desde sus posiciones personales y perspectivas e ideas coetáneas, posibles soluciones. La Venezuela de las novelas de Gallegos, más de noventa años después de publicadas las primeras, mucho han cambiado ciertamente, pero su relectura se convierte en un imperativo impostergable, pese a la crítica y los sentimientos antigalleguianos. Estos últimos están más relacionados e incluso causados por su militancia política y, más que por sus propias actuaciones, por las de sus correligionarios. La acción política casi nunca combina bien con la actividad intelectual y menos aún con la creación literaria. Sin embargo, las tres cosas, pero no como un sino inevitable, se han conjugado muchas veces en el pasado latinoamericano e inclusive en el presente. La construcción de repúblicas en el siglo XIX demandó de sus intelectuales esos perfiles multifacéticos. No obstante, cuán diferentes fueron los resultados cuando se lograba separar o equilibrar, al menos, esas tareas civilistas. Andrés Bello, en el caso de la producción intelectual, es un ejemplo importante. Desde luego, para entender mejor una trayectoria resulta muy difícil y arriesgado, aunque quizá no un ejercicio del todo inútil como generalmente se asume, imaginar qué hubiera podido pasar de haber sucedido o no tal o cual evento. Arriesguémonos. Las tres últimas décadas de Gallegos (1939-1969) se dividen en tres etapas también: (i) su actuación política (1936- 1948), (ii) el exilio y el dolor por la muerte de su amada esposa Teotiste Arocha Egui (1895-1950) y los intentos de novelar las realidades cubana y mexicana (1948-1958), y (iii) el regreso a Venezuela, los homenajes y su enfermedad (1958-1969), además de la reacción contra su obra. Cabría preguntarse, dejando a un lado por supuesto la infausta pérdida de su esposa y la depresión que ello le causó, qué potencial literario, desde su propia concepción de literatura de denuncia, hubiera podido desarrollar el gran novelista después de la muerte de Gómez y con el advenimiento de la nueva Venezuela. Ante esta última afirmación, obviamos la discusión de si Gómez ayudó o no a construir el país moderno o fue solo la obra de López Contreras y Medina Angarita, entre 1936 y 1945, y luego del llamado trienio adeco (1945-1948) tras el golpe de estado del 18 de octubre de 1945 y, posteriormente, de los gobiernos autoritarios que se sucedieron entre noviembre de 1948 y enero de 1958. Las únicas novelas de tema venezolano publicadas por Gallegos después de 1936 son Pobre Negro (1937) y Sobre la misma tierra (1943). El forastero (1942) había sido escrita antes, aunque la primera y la segunda versión de la novela difieren y pudieran considerarse como obras distintas. Así, pues, solo Sobre la misma tierra retrata la Venezuela postgomecista y petrolera. Los cambios sociales que de manera tan dinámica se sucedieron en la vida venezolana entre 1936 y 1958 hubieran sido, sin duda, una copiosa cantera para un novelista como Gallegos, interesado en identificar problemas, documentarlos y abordarlos mediante la ficción literaria. A ello se hubieran sumado las complejidades de la Segunda Guerra mundial, la postguerra y la Guerra Fría y su influencia en Venezuela y América Latina. Dejando la especulación y volviendo a la realidad, a lo sucedido, a la herencia recibida y no a la añorada de forma además totalmente anacrónica e improcedente, debemos considerar dos factores. El primero de ellos se refiere a la actuación política de Gallegos, demostración fehaciente de su sinceridad y compromiso con las causas que, desde la literatura primero, asumió como justas. El segundo es la formación literaria y la actitud creativa, llamémoslo así, de Gallegos. Su estilo, no necesariamente sus propósitos, no se avenía con las vanguardias y tal vez ello hubiera dificultado la elaboración de otras obras, como pasó con La brizna de paja en el viento, la novela de ambiente cubano, y Tierra bajo los pies o la brasa en el pico del cuervo (publicada de forma póstuma en 1973), inspirada en la experiencia mexicana, sin obviar el conocimiento menos profundo de las realidades cubana y mexicana que tenía el autor. En otras palabras, el gusto había cambiado; la experimentación y novedosas formas narrativas ofrecían diversas posibilidades narrativas y hermenéuticas. En este contexto, el viejo estilo podía interpretarse como impropio y anticuado, en especial en una época de tantas rebeldías y aceleradas transformaciones. Gallegos sigue siendo un autor fundamental que vale la pena leer por placer y deleite; un faro en la Venezuela convulsionada de ayer y de hoy; y un autor que alimentó de manera sustancial la construcción del imaginario social postgomecista o, si se quiere, de la Venezuela moderna (al menos de mediados del siglo XX, entre 1926 y 1976). Reconstruir ese imaginario para interpretarlo y, si fuera, el caso desmontarlo, así como las visiones subyacentes en la presentación de sus historias, de los personajes y sus actuaciones y las tesis transmitidas mediante el discurso narrativo constituirán, sin duda, no solo un homenaje a Gallegos, sino una contribución al nuevo proyecto de país que sin más dilación debemos construir. Rómulo Gallegos y sus contemporáneos ayudaron a elaborar y consolidar un proyecto político, ampliamente entendido, con fortalezas y debilidades como ocurre en todas las obras humanas. Mirarnos en el espejo de los aciertos y desaciertos de ese proyecto, en los aportes de sus creadores, en las contradicciones y errores, lejos de ser una actitud iconoclasta, o una nueva versión de la reacción antigalleguiana, sería un tributo al gran novelista, uno de los mejores tributos al escritor analista y al político sincero y convencido.

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